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Señor presidente, es hora de virar el timón - Radio Urbana 96.3 FM
Generales

Señor presidente, es hora de virar el timón

Jubilados se agolparon el último viernes en la puerta de los bancos para cobrar su haberes (Foto: Franco Fafasuli) (Franco Fafasuli/)Señor presidente,No se preocupe mucho por las críticas...

Jubilados se agolparon el último viernes en la puerta de los bancos para cobrar su haberes (Foto: Franco Fafasuli) (Franco Fafasuli/)

Señor presidente,

No se preocupe mucho por las críticas que recibe. Los argentinos somos expertos para criticar, pero nadie puede ni siquiera imaginarse lo que sería estar en sus zapatos. Sí le pido encarecidamente que dé el ejemplo y se cuide, inclusive que se aísle, porque si a alguien no podemos perder en esta tragedia es a usted. Todos somos conscientes de lo que dicta nuestra Constitución y lo que nos pasaría a los argentinos durante esta tragedia si usted no sobrevive al virus. Por ende, todos comprendemos la cuarentena y estamos obligados a ayudarlo al máximo. Hemos tenido muchísima suerte de que sea usted nuestro presidente actual, timoneando esta horrible tormenta. Yo confío en usted.

Como médico de urgencias y experto en informática médica no involucrado en política partidaria, y como alguien que recientemente se ha comunicado con algunas de las mentes más lúcidas en este tema a nivel mundial, mi humilde aporte aquí es el de presentarle lo que creo que deberíamos considerar durante este momento tan dramático. No quiero que me dé la razón, sino que use, como usted ha dicho tan claro, “lógica cartesiana para una situación cambiante y dinámica”. ¡Impecable!

Señor presidente, créame que no existe ningún experto que tenga la verdad, porque toda pandemia es única y distinta. Los mejores datos que podemos usar son los que estamos sacando en limpio de esta pandemia en particular y no de las experiencias previas. La más cercana fue la de la gripe española de 1918-20 que es muy poco parecida a esta. Esto no debe ser una sorpresa: los médicos estamos acostumbrados a actuar provistos de insuficiente información y muchas veces de insuficiente conocimiento. De eso se trata el arte de nuestra profesión. Sin embargo, rara vez debemos los médicos decidir lo que hay que hacer con más de un paciente a la vez. En este caso, un error de juicio no mataría solo a un paciente, sino a miles. Hoy el paciente es nuestro país.

¿De qué se trata esta enfermedad? Sabemos que proviene de un ente muy chiquito de molécula genética, el ARN, que se denomina virus. Pero, ¿qué es realmente un virus? Un virus no tiene vida propia aunque tampoco está muerto. Esta contradicción extraña es tan solo una de tantas en esta rarísima pandemia. Un virus es algo distinto a lo vital. Es código lógico similar al del software que maneja todas nuestras computadoras y teléfonos inteligentes. Pero es una cosa química. Es un algoritmo que produce vida, aunque en sí no la posee. El virus es simplemente el resultado de líneas de código muerto, matemático, programado para reaccionar de cierta manera cuando se encuentra dentro de una célula animal, y nada más. En este caso este algoritmo, este software químico, actúa sobre las proteínas que componen nuestras propias células vivientes. Este “bicho”, por falta de una mejor palabra, está codificado para matarnos. Ojo que no es su intención hacerlo. En realidad, no tiene otra intención que la de sobrevivir, y en eso no es nada distinto de todos los otros virus o de todo ser viviente.

Para sobrevivir, el virus tiene que procrearse rápidamente, no le queda otra, porque de no hacerlo es tan frágil, tan chico, tan insignificante, que perece en días, horas o minutos. Y este tipo de virus ni siquiera tolera el agua y jabón (que es algo para tener en cuenta), por no decir el alcohol que lo mata de inmediato. Sin embargo, dentro de células de los murciélagos, donde ha habitado por años sin causarles el menor perjuicio, y a lo mejor hasta siéndoles útil, un día sufre un pequeño cambio en su código. Un errorcito minúsculo en uno solo entre miles de millones de virusitos. En forma totalmente accidental, una sola molécula de ese virusito insignificante le cambia en forma mínima y sutil su código genético. Ese cambio ínfimo, llamado mutación genética, es algo que ocurre todo el tiempo en la naturaleza, en general con resultados desastrosos para el “bicho”, que casi siempre deja de existir.

Pero ocurre que esta vez, por pura casualidad del destino, ese nuevo código llevó a que el virus genere a su vez un minúsculo cambio de su cápsula exterior, que está compuesta de proteína, la cual entonces permite a ese virus invadir al hombre. Es como si a un cerrajero se le pidiera que fabricase miles y miles de llaves distintas y que luego las probara una por una en una sola cerradura por meses y años. La inmensa mayoría de estas llaves confeccionadas en forma aleatoria terminarían en el tacho de basura como objetos totalmente inservibles. Pero de repente, una de ellas, por pura casualidad, abre esa puerta y entra a la casa como huésped no esperado ni deseado. Son las chances de la vida.

Por eso, al poseer en su envoltorio la llave maestra que abre la puerta de nuestras células respiratorias y las invade, este virus genera una verdadera catástrofe dentro de nosotros. Hace que nuestro cuerpo llame urgentemente a miles de tropas que nos habitan normalmente para defendernos de los gérmenes que nos atacan. Son los llamados glóbulos blancos, que se precipitan entonces sobre estas células invadidas por el virus y destruyen todo a su paso mientras tratan de eliminar a estos bichos junto con las células ya invadidas.

¿Por qué el COVID-19 provoca una reacción tan violenta en nuestro ser cuando estamos siendo constantemente invadidos por tantos otros gérmenes sin sentir molestias? Nadie lo sabe.

Pero esta batalla entre los glóbulos blancos y nuestras células afectadas por estos bichos termina llenando de agua a nuestros pobres pulmones. Estos se ahogan y no pueden conducir el oxígeno vital que requerimos para vivir.

Es simple. Este virusito solo puede hacer una cosa. Su algoritmo matemático le ordena a la célula que lo alberga para que fabrique miles de virus similares, como si esta fuera una fábrica comandada por piratas. Luego estos miles de virus idénticos fabricados por nuestras propias células invaden las otras células próximas, y luego a las más lejanas, para finalmente y vía la tos que producimos para tratar de eliminarlos de nuestro cuerpo enfermo y que contienen millones de virus, terminar infectando a otras personas cercanas, entrando en sus células y repitiendo este proceso. De esa manera, millones de bichos idénticos saltan de una persona a otra culminando algunas veces en un horroroso desenlace de muerte.

Es por eso que muchas drogas que se están mencionando para “combatir al virus”, como la cloroquina, en realidad no le hacen nada. Esas drogas solo apuntan a apagar nuestras defensas exageradas que nuestro cuerpo genera en los pulmones, para evitar que la reacción misma nos ahogue con líquido. Simple pero dramático.

Tampoco comprendemos por qué algunos de nosotros reaccionamos peor que otros a esta invasión viral. Parte de la respuesta es que no se trata de un solo tipo de reacción sino de varios. Por ejemplo, tanto jóvenes como mayores, si sobrevivimos a este ataque inicial, desarrollamos rápidamente anticuerpos contra el virus que nos proveerían con inmunidad en el futuro, o por lo menos eso se piensa, aunque aún no tenemos toda la evidencia. Puede ser entonces que los mayores o enfermos reaccionamos tarde con la respuesta de anticuerpos, cuando los bichos ya se han diseminado a nuestros pulmones haciendo estragos y por ende la reacción es tan severa en los viejos y enfermos.

Y en esa peculiaridad etaria radica nuestro talón de Aquiles, pero también nuestra posible salvación como sociedad. Ya sabemos a quién destruye el virus con mayor virulencia y a quien no, y gracias a Dios, en el grupo de los resistentes se encuentra la gran mayoría de nuestros compatriotas. Esto incluye a casi todos los jóvenes y aún a los no tan jóvenes. La realidad es que a los jóvenes y niños en general, no los mata. Si es cierto que en Argentina han muerto jóvenes, no nos engañamos, empero eso es producto de la estadística especial del turismo que se compone mayormente de gente joven, y es solo ahora, en la fase inicial de la infección. No es la infección comunitaria que vamos a sostener. La realidad es otra. Los jóvenes no mueren.

Por ende, es obvio que ambos, el problema y su solución son dos caras de la misma moneda. No nos engañemos, este virus no es estacionario como el de la gripe. Este virus nos va a infectar a todos tarde o temprano, solo que a las mayoría no nos va a pasar nada, mientras que algunos de nosotros vamos a quedar muy enfermos, algunos pocos hasta vamos a requerir ventilación asistida y lamentablemente aún con los mejores respiradores y medicinas, algunos vamos a perder la vida. Empero la gran mayoría (aproximadamente un 80%) ni lo va a sentir, o va a tener un pequeño resfrío, eso es todo.

Esto no es lo que ocurre con las otras gripes que conocemos, las que sí afectan tanto a los jóvenes como a los viejos. Esto es una suerte porque ya sabemos cómo se comporta y probablemente cómo deberíamos defendernos.

¿Cuál sería, entonces, el error? Me parece que parar a todo un país, parar la pelota, para poder prepararse a efectos de enfrentar un desafío de salud pública de tal enormidad, es loable y efectivo si se realiza por muy poco tiempo, días. Nos dio tiempo para pensar y para planear. Y lo que es que más importante, ha inducido a que toda nuestra sociedad preste mucha atención, ya que nadie quiere morir. Por ejemplo, esta nota que escribo, hace unos meses no la hubiera leído nadie. Y quién los puede culpar. Hoy, gracias a la cuarentena nos sentimos todos afectados, y todos estamos interesados en saber de qué se trata y cómo manejarla.

Creo que es la fuerza del terror lo que nos mueve a respetar la cuarentena impuesta, aún sin saber mucho de virología o de salud pública. En esa identificación filial que tenemos con los españoles e italianos nos sentimos muy aludidos. Gracias a Dios, Presidente, usted ya viró el timón una vez. Y tengo entendido de buena fuente que lo hizo usando su propio criterio en contra de lo que le habían propuesto varios de sus asesores más cercanos, que hacían eco de ideas provenientes de de Europa y de Norteamérica. Al seguir su propio criterio con coraje, Presidente, usted nos salvó la vida.

Bueno, creo es hora de virar el timón nuevamente. La situación que fuera analizada en forma correcta en su momento, hoy es insostenible. Presidente, por supuesto eso usted lo sabe. En los Estados Unidos y Europa se abrió un debate profundo sobre lo que hay hacer.

El doctor David Katz, profesor de Salud Pública de Yale donde yo estudié medicina, y con quien he tenido recientemente la enorme oportunidad de intercambiar ideas, nos presenta con una visión alternativa para salir de esta pesadilla, y nos conmina a hacerlo cuanto antes. Aduciendo que una “interdicción horizontal”, como él la llama, no puede funcionar en el tiempo, el doctor Katz mantiene que debe ser cambiada por una interdicción vertical.

La idea de Katz, en su forma más simple, es la de liberar inmediatamente a toda la población menor a cierta edad, digamos 50 años, y abrir todos los negocios, escuelas y fábricas de forma inmediata. Por otro lado, se debe llevar a la población mayor y a los pacientes vulnerables a una cuarenta aún más estricta, donde ni siquiera puedan salir a la calle, ya que el virus llegaría rápidamente a todos lados. Los jóvenes que comparten vivienda con sus mayores deberían elegir entre hacer cuarentena en forma absoluta con ellos o separarse temporariamente hasta quedar inmunes como ya explicamos.

Toda persona mayor a los 50 años encontrada fuera de su casa, usted inclusive señor Presidente, iría presa. Este reglamento no tendría excepciones de ninguna índole ni formalidad, ni para policías, ni para funcionarios públicos, ni para médicos. Los demás, los menores de 50 años, tendrían total libertad de transitar y de trabajar, todo abriría las puertas y el país empezaría a funcionar mañana mismo. Luego, al estabilizar la situación en pocas semanas y conseguir inmunidad de rebaño como ya lo hemos explicado arriba, se empezaría gradualmente a flexibilizar la edad de cuarentena hacia arriba, cosa de no abrumar las salas de terapia intensiva a medida que caigan pacientes sensibles. Porque no nos engañemos, podemos presumir que a todos nos va a llegar este virus tarde o temprano.

Esta insólita posición del doctor Katz fue inmediatamente promulgada por el famoso escritor y corresponsal extranjero del New York Times, Thomas Friedman.

Friedman es un gran pensador, es alguien que piensa distinto. Pero Friedman no es ni médico, ni virólogo, ni especialista en salud pública, es simplemente un gran periodista que sabe cuestionar y cuestionarse. ¡Es un genio!

Las ideas de Katz fueron inmediatamente atacadas ferozmente en el mismo New York Times por otros profesores de la misma facultad de Salud Pública y de Medicina de Yale. Su decano, el profesor Sten H. Vermund, publicó un artículo y, tras leerlo, le formulé algunas preguntas.

En respuesta a mis inquietudes, aclaró: “Katz, Friedman, et al mantienen que cerremos la sociedad por un par de semanas, dejemos que el virus baje en su intensidad, y luego abramos todo de golpe, protegiendo solamente a los ancianos y a los pacientes médicamente vulnerables”.

“Mi pensar: esta estrategia no está para nada comprobada, es increíblemente riesgosa, y presume una cerrazón casi perfecta (¿las mismas dos semanas sobre todo el planeta tierra? Porque si no, ocurriría la reintroducción). Es una protección de improbable efectividad para los vulnerables (muchos de los cuales ni siquiera saben que lo son). Más seguro y también mejor para la economía es cerrar más ampliamente y suprimir la transmisión viral por semanas para prevenir que los hospitales y las morgues sean desbordadas y permitir que la economía vuelva a sus rieles una vez que el riesgo de la proximidad social se minimice”, abundó.

Y completó: “Realmente me encantaría que pudiera eludirse la devastación económica. Pero cerrar los negocios antes de la enfermedad y la muerte es preferible a cerrarlos después de la enfermedad/muerte. Lamento pensar que vamos a tener que cerrar los negocios y las fábricas de una forma u otra”.

Lo interesante es que me parece que las dos posiciones, la de Katz y la de Vermund, no son mutuamente excluyentes si usamos un poco de imaginación, y en eso los argentinos sobresalimos. Otro experto y gran amigo, el doctor Roberto Chuit, director de Epidemiología de la Academia Nacional de Medicina, y ex ministro de Salud de Córdoba, que también tiene un Doctorado en Salud Publica de Yale, sugiere una tercera idea, una suerte de interdicción geográfica al notar que este virus se transmite en forma contigua, lo que también es una idea fascinante. A lo mejor eso pueda tener que ver con la carga viral, un concepto que dice que para que una infección prenda en un ser humano, este requiere ser invadido por un numero x de gérmenes. Un solo virus no lo logra. No sabemos. Lo peor que podemos hacer es pensar dicotómicamente: es interdicción total o etaria, es economía o salud pública, es total o geográfica. Esos tipos de pensamientos booleanos son excelentes para las computadoras, pero no para nosotros los seres humanos. Tenemos que pensar out of the box, o como se diría en español, afuera de la caja mental que nos aprisiona. Tenemos que sacar el genio argentino afuera de la botella.

No se trata de privilegiar a la economía por sobre la salud. Mantener esa dicotomía es una necedad. Por supuesto que Katz, Vermund y todos estamos totalmente de acuerdo con que esta gente mayor que aparece en la foto no debería haber estado en la calle. Si hay un grupo social al que debemos proteger especialmente, es el de nuestros jubilados. ¡No! Sugiero que este no fue un error de gobierno, como nos encanta criticar a los argentinos. Es más bien el síntoma visible de un problema mucho más profundo, serio y grave. Es una advertencia a todos nosotros de que la economía y la salud no pueden ni deben estar separadas. Una sociedad pauperizada no va a poder vencer a esta pandemia, todo lo contrario, causaría protesta social y muchos más muertos.

Y ni hablar de la debilidad inmunológica que causa la pobreza. En un estudio brillante acerca de la Pandemia de la Gripe Española en la Argentina, del Profesor Adrián Carbonetti, de la Universidad de Córdoba, vemos que la misma afectó a la clase más modesta mucho más que a los ricos. Como dije anteriormente, no podemos sacar demasiadas conclusiones de esa gripe de 1918, cada pandemia es única, pero nos da para pensar. Creer que el gobierno pueda imprimir los pesos para mantener a la gente ociosa en su casa y no darse cuenta que esa plata inmediatamente no va a valer nada y por ende no va a conseguir lo que se pretende, es una verdad de Perogrullo. El hambre destruirá cualquier cuarentena en poco tiempo.

Entonces esto que presenciamos es tan solo una muestra de cosas mucho peores que vendrán inexorablemente si no viramos el timón cuanto antes.

Antes de terminar, no nos olvidemos de vacunarnos contra la gripe -y en el caso de mayores que no lo hayan hecho, del neumococo-. El problema es que la gripe va a venir y va a confundir las cosas en forma terrible, causando espanto innecesario en los afectados por ella, y de errores clínicos causados por confusión entre las dos. Además, la gripe baja las defensas, y si uno es afectado por ambos bichos al mismo tiempo, la situación se complica. Finalmente, una colega infectóloga de los Estados Unidos me dijo: “aquí tuvimos suerte de que esta peste vino luego de nuestra gripe, que todos los años nos llena las salas de terapia intensiva”. Bueno, gracias al “aplanamiento de la curva” nuestro pico en Argentina va a coincidir con el de la gripe. ¡Vaya que no tuvimos suerte!

Presidente, tengo algunas ideas, y las expresaría si fuera convocado. Sin embargo, creo que la única persona que cuenta aquí es usted. Ningún experto tiene el don de la razón ni poderes mágicos para poder lidiar con esta enfermedad. Presidente, apelar a la autoridad o la pericia de alguna persona, organización o entidad para sacarse la enorme responsabilidad de tomar una decisión tan difícil en una cuestión con soluciones tan inciertas sería un grave error. El pueblo argentino le ha otorgado a usted el poder para manejar esta emergencia médica y para decidir sobre nuestra vida y nuestra muerte. Sé que usted es consciente de esta responsabilidad y que va a usar su sentido común para analizar las diversas propuestas con sumo cuidado, luego comunicarnos a los ciudadanos en la forma clara que lo caracteriza las decisiones que tome, y que, finalmente, obrará con coraje.

No haga algo simplemente porque la Organización Mundial de la Salud, el Center for Disease Control, el Ministerio de Salud de la Nación, o algún super experto, no importa quién, lo indique. Pida razones. Si no las entiende, pida que se las simplifiquen. El doctor Lewis Thomas, quien fuera el Decano en nuestra Facultad de Medicina nos dijo en el primer día de nuestra carrera: “No existe la pregunta estúpida. Existe el estúpido que no hace preguntas”. Presidente, pregunte, pregunte, y pregunte hasta que entienda todo, y si no lo entiende, siga preguntando.

Use su sentido común como lo ha venido haciendo hasta ahora, o como usted la llama acertadamente, su lógica cartesiana, y escuche a todas las opiniones, aún las más diversas. Cuestione también los motivos detrás de cada una, y llegará usted a buen puerto.

Este ejercicio le proveerá de otras ideas creativas, en nuestra querida Argentina hay mucha gente capaz y brillante y muchos de ellos no están en el gobierno. Los argentinos somos muy buenos para pensar lo impensado. Estoy seguro de que casi todos le brindaremos nuestro apoyo incondicional, en especial los fabricantes de respiradores y los que puedan convertirse en fabricantes en forma perentoria, que es lo más importante que podemos hacer hoy.

Presidente, ponga a los argentinos a ayudarle con el tema de los respiradores, aunque hasta eso es cuestionable, ya que cuando un paciente está tan grave que requiere respiración asistida, es muy difícil que se salve. Una vez que el pulmón se llena de fluido, no hay respirador que valga. Los resultados pronósticos han variado de un 3% de sobrevida en Wuhan a un tercio en Londres, empero eso no es todo ya que un paciente no muera no quiere decir que se lo puede sacar fácilmente del respirador, por lo que lo ocupa por tiempos muy largos y por lo tanto hasta no medibles. Y no perdamos mucho tiempo con el testeo. Como dijo el profesor Vermund, testear a todo el país no se ha logrado ni siquiera en los Estados Unidos.

Presidente, le ruego que no se cierre a las ideas por más alocadas que parezcan. Recuerde que existen los que saben mucho de poco, que son los expertos, y los que saben poco de mucho, que son los intelectuales y los políticos. Y todos sabemos los que sabemos pero no sabemos lo que no sabemos. Aquí hay que tomar decisiones sobre lo que no sabemos, y para eso se necesita un líder de verdad. Ese es usted y no otro. Abra entonces su abanico sensorial para poder tomar una decisión acertada. Nuestras vidas están en sus manos, esta no es una cuestión solo de conocimiento, sino de pensamiento y de criterio, y sé que usted no nos defraudará.

El autor es médico cirujano, graduado de la Facultad de Medicina de la Universidad de Yale, y especialista en Urgencias e Informática Médica.

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